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domingo, 29 de junio de 2014

Capítulo 9





Estuvo de pie unos segundos mirando la fuente; escuchando su murmullo como si aquella agua cristalina le dijera palabras de consuelo. La puerta se abrió pesadamente como siempre y en los casos que la abría Lili, parecía aún más pesada todavía. El rumor de las bisagras girando sacó de su ensoñación a Adelaida; miró hacia el fondo del callejón y vio salir a su querida amiga Galleta con una pequeña regadera, que concentrada se dedicó a dar de beber a los sedientos lirios y nardos de la ventana. Caminó hacia ella con lentitud... Inocencia... miraba el perfil de Lili, observaba sus ojos que siempre parecían estar llenos de curiosidad, muchos más que los suyos... Inocencia... ¿Cuantas cosas se pierden en un segundo? ¿cuanto interés por las cosas sencillas de la vida perdemos cuando a nuestro corazón se le lastima? pensaba... Inocencia... tan hermosa la inocencia, pero tan frágil, como una rosa que cautiva por su delicadeza y hermosura, y solo basta cerrar la mano sin fuerza sobre ella para herir todos sus pétalos... y lastimarla para siempre. La que conmueve a los poetas y atrae a los malvados... el trofeo del desamor... la condena del mismo inocente... Las cosas más hermosas siempre son frágiles y si tuvieran corazas, perderían su encanto, su pureza, su fragilidad... lo inocente no está a la defensiva, aunque esté indefenso. 

Lili la vio venir y se incorporó contenta. Adelaida le sonrió en la distancia, le mostró un gesto que parecía una sonrisa, pero parecía más una tristeza. Se abrazaron con cariño y entraron al refugio de Margot y Gaspar, que siempre estaba lleno de aromas dulces. Es que eran los pasteleros del pueblo. Todo ponqué, torta o galleta que se vendía en el pequeño mercado de Bardolín salía repleto de sus sabores, de la cocina de estos dos amigables esposos. No por nada "galleta" había sido la primera palabra de Lilibeth. Y no por nada todo el pueblo le llamaba Galleta, pues su dulzura hacia honor a su padre y a su madre, los que deleitaban a todo aquel paladar que probase de sus postres alegrando las mesas del pequeño pueblo, lleno de veredas y jardines. El gran Gaspar como siempre recibió a Adelaida con su gran sonrisa bonachona, dejando a tino su mejilla donde la muchacha pecosa estampaba un beso lleno de aprecio y cariño. Margot hacía lo mismo aunque la envolvía en sus brazos como un peluche y ella trataba de aprender a tener el mismo tipo de afectos de vuelta. No sé si mamá es que es muy distinta, o muy distante, pensaba Adelaida, mientras estaba rodeada por los brazos de Margot. Llegar a esa casa la hizo sentir protegida, su cuerpo dejaba de estar tan tenso, aunque también se sentía más sentimental, más sensible, menos dispuesta a luchar contra ella misma. Entraron como siempre a la habitación de Galleta. "Lili en el País de las Mariposas" se le había ocurrido una vez a Adelaida, mientras leían Alicia en el País de las Maravillas, al verla bordear un grupo de flores de maché y algunas mariposas de tela que flotaban sostenidas por hilos de colores, solo para poder salir un momento en busca de algo para merendar, mientras estaban en aquella lectura. Adelaida caminó hasta el muestrario y se detuvo en silencio frente a él; apoyó sus codos en el borde y acomodó su pequeña y bonita cara entre sus manos. Su mente parecía llevársela lejos de ahí, Lili le hablaba y ella no parecía escucharla, como cuando venía en el tren. Mirando en la lejanía de su propia alma. ¿Seré una mariposa en el muestrario del destino? se dijo así misma en el secreto de sus pensamientos. Algo bonito pero sin vida... sí... igual como una muñeca...

Sus ojos se llenaron de lágrimas y sollozó. Lili se quedó en silencio dejando de decir lo que estaba contándole sea lo que haya sido, no estaba segura si Adelaida en verdad estaba llorando de espaldas a ella o solo había sido una impresión suya. 

- Adelaida - la llamó con cuidado, como si hubiera pensado que sus palabras podrían derribarla, como un leve soplido puede derribar un castillo de naipes. Pero ella no le respondió, la verdad no la escuchó, trataba de apartar las lágrimas que unas contra otras se atropellaban en sus ojos saliendo desbocadas. Lili caminó hasta su lado y el corazón le dio un vuelco al ver como el rostro de Adelaida era un mar de dolor silencioso, y ella bien sabía que los dolores silenciosos son los más hondos. 

- Adelaida - la llamó por segunda vez, contagiándose de aquella tristeza. ¿Dios mio que le pasa? pensaba preocupada. Le puso su delicada mano en la espalda queriendo trasmitirle algo, lo que fuera, siempre y cuando sirviera para calmarla. Pero al contrario era como si hubiese tocado un interruptor y Adelaida se desmoronó en llanto. Lilibeth la sostuvo, y la hizo que se sentara en la cama, corrió hasta su peinadora y trajo su pañuelo con el que trató de enjugar el rostro de la dolorosa muchacha. Nunca había visto tantas lágrimas juntas. Adelaida había aferrado sus manos a la falda de su vestido y a la vez parecía con ellas empujar una pierna contra la otra. Todo aquello parecía un gesto de resistencia al dolor que sentía desde su alma. 

- Adelaida que tienes - Lili la envolvió con su brazo y la apretó contra ella solidaria, mientras en la otra mano sostenía su pañuelo que no le cabía ni una lágrima más. 

- Ay Lili... soy tan poca cosa... - dijo Adelaida con la voz marchita por la tristeza. 

- ¿Por qué dices eso? Eres mi hermana, mi amiga. Mira... - Galleta se alejó hasta la peinadora y regresó con el sombrero blanco puesto y se sentó junto a ella de nuevo, casi tan rápido como se había parado - Mira... este es el sombrero que me diste tú, el día que nos hicimos hermanas... Adelaida... 

Adelaida levantó sus ojos y a través de sus lágrimas miró el rostro inocente y hermoso de Lili, enmarcado en aquel sombrero que ella le había regalado, como si de un aura se tratara. No pudo evitar de ver a una niña, en el gesto de aquella muchacha que le sonreía con ternura tratando de hacerla sentir bien. Una niña buena como la que ella quería volver a ser. Regresar hacia atrás en el tiempo y no crecer más. Soñar para siempre, creer que hay hadas viviendo entre las hierbas de los bosques, fabricando flores silvestres. Ser una niña perenne. Pensó que crecer era muy doloroso. ¡No crezcas nunca Lilibeth! añoró dentro de su alma. 

- Gracias a ti, Adelaida, estoy aprendiendo a ser una dama como tú - trató de sostenerle una mano, pero la dolorosa pecosa, movida por un repentino impulso le quitó el sombrero de la cabeza y lo lanzó contra la cama.

- ¡Nunca, nunca desees ser como yo! - le gritó, le rogó, le regañó, le lloró todo al mismo tiempo.

 Lili se había quedado helada ante esa reacción. Sus ojos también se humedecieron.  

- No soy una dama... - el rostro de Adelaida estaba distorsionado, hinchado, inundado, triste, enojado - Nunca quieras ser como yo... ¡nunca! 

Galleta se puso de pie y sin decir palabra se retiró del cuarto. Adelaida se sintió peor, se apuñaló a sí misma odiándose. Eso era lo que era ella, así se sentía, una mala persona que solo terminaba lastimando a quienes la amaban. Cómo aquel día que le rompieron el corazón, aunque estaba más segura que se lo había roto ella misma, que se merecía aquel desprecio, que se merecía ese repudio... Oh... Sintió que su amor no valía nada, aceptó una vez más como suyo todo lo que le sobrevino en el pasado. Ella no tenía derecho a ser feliz... Así como acababa de lastimar a Lili, así tuvo que haber decepcionado a Joshep. Él no me rompió el corazón. Soy yo que no merezco ser amada, por enésima vez lo creyó. Cómo esa misma ocasión, en la que usaba su vestido verde, se puso de pie y las piernas no la sostuvieron con fuerza, revivía una y otra vez todas las sensaciones que le recorrieron el cuerpo aquella noche. Se sostuvo con firmeza de la cabecera de la cama, como se sostuvo de aquella reja que le sirvió de soporte para caminar por la acera de la calle solitaria que se le hizo interminable, intransitable, mientras la transitaba. Sintió las mismas náuseas, la cabeza le dio vueltas, trató de aferrarse con su otra mano a la cabecera, pero agarró el aire... y la luz del mundo se le apagó. 

Margot entró detrás de Lili a la habitación y no la vieron en ella. 

- ¿Se fue? - se preguntó a sí misma la mamá de Galleta, mirando en dirección a la puerta principal desde adentro de la habitación. Gaspar llegó hasta el umbral de la puerta, pero por su alta estatura pudo mirar algo del otro lado de la cama y dando dos pasos empinándose un poco, pudo ver a Adelaida tirada en el suelo. Sin pensarlo un segundo se movió con rapidez haciendo saltar en distintas direcciones las mariposas que colgaban del techo y que se llevaba por delante sin poder evitarlo. La levantó del suelo como si fuera de tela, como si estaba hecha de nada, como si fuera un fantasma y la puso con cuidado sobre la cama mientras Margot corría a sostenerle la cabeza y su larga cabellera roja que se le había suelto en la caída. La señora le pidió a Lili que le quitara las botas y ella sin perder tiempo soltó las cintas conque estaban atadas y le desnudó los menudos pies. Gaspar, sin perder tiempo, le dijo a Margot que saldría a buscar a Doña Raquel, que no tardaría y desapareció detrás de la pesada puerta que retumbó cuando la cerró al salir. 

- Hija... Adelaida... - Margot le llamaba con cariño llena de preocupación, pero la muchacha solo fruncía el entrecejo en un suave rictus de dolor, cómo si la estuvieran regresando a la vida, a la que ella no quería volver - ¿Cómo te sientes?... Adelaida... 

- Mamá, comenzó a llorar y luego dijo que no era una dama, que no quería que yo fuera como ella y me quitó el sombrero de la cabeza y lo lanzó contra la cama - Lili por sus nervios era la tercera vez que se lo decía. Las manos las tenía algo temblorosas, realmente estaban inquietas por no saber que hacer, por eso había ido a buscar a Margot. 

- A esta muchacha le pasó algo - Margot se dejó llevar por la sabiduría de los años tratando de leer en Adelaida algún vestigio de lo que realmente le pasaba. Observó la expresión de pesadumbre que se dibujaba en el rostro de la joven pecosa -. Está niña está sufriendo. 

Adelaida podía oírlas, sin embargo era como si ella estuviese sumergida en agua y le costara escucharlas con claridad. Se descubrió recostada en la cama y sintió un excesivo deseo de dormir. Estaba tan agotada, desgastada de resistir, desgastada de luchar, cansada de vivir. No eres una dama, sonaba la voz de Joshep en su cabeza como un eco, había comenzado a notarlo de nuevo. Se le había hecho tan común que ya ni lo escuchaba, pero como estaba dejando de luchar, aquellos recuerdos volvían a demostrar su poderío en ella. Sí, Joshep, tienes razón, respondió ella desde el secreto de su alma lacerada... no lo soy. Pero como el trabajo de todos los ángeles, es inesperado y misterioso, Lili se sentó a su lado y comenzó acariciar el cabello de Adelaida, mientras lo acomodaba, usando sus dedos como un peine. Eso la relajó mucho, tanto que el fantasma de Joshep que tenía metido en la cabeza, se alejó y se escondió en algún lugar de sus pensamientos. La tensión de su cuerpo se distendió y su respiración se hizo pausada, su mente descansó; entre caricia y caricia y bajo el sonido de la voz de Margot y Galleta mientras conversaban que llegaba a ella como un rumor protector, se quedó dormida profundamente. 


El resplandor del sol besó su rostro con calidez. Abrió lentamente los ojos pero no se movió de la posición en la que estaba. No sabía que hora era, solo estaba segura que estaba en la habitación de Lili, por el sin fin de mariposas que colgaban de todas partes. No quería moverse, quería dormirse de nuevo, quería tener otra vez la sensación de que no existía. No pensar, no recordar, no sentir. Escuchó entrar a alguien en la habitación, pero ella ni intentó moverse, ni le interesó saber quien era. Era la tía abuela, que se sentó al borde de la cama del lado del que ella estaba volteada y tocó su frente, comprobando su temperatura.

- Buenos días Luisa Adelaida - le musitó Raquel a su sobrina. Pero la muchacha triste no pareció reaccionar. Seguía hundida de perfil en la blanca almohada, como un ángel melancólico recostado en una nube - ¿Cómo te sientes? ¿Cómo pasaste la noche?

Adelaida miró a Raquel con ojos interrogativos. ¿La noche? ¿Había estado dormida tantas horas? ¿Había pasado la noche donde Lili? ¿Dónde había dormido su amiga entonces si ella estaba ocupando su cama? Eso la espabiló un poco y trató de incorporarse, de sentarse en la cama. Sintió su cuerpo adolorido de haber estado toda la noche acostada del mismo lado, sin cambiar de postura.

- Tía... ¿dónde durmió Lili? - balbuceó Adelaida, mirando hacia los lados soñolienta como si esperaba encontrarla recostada en algún sitio dentro de la habitación.

- En otra habitación - le sonrió Raquel -. No te preocupes, aún duerme, que pasó la noche pendiente de ti. ¿Cómo te sientes?

- Ay tía... - Adelaida la miró con vergüenza - yo le estoy dando tantos problemas.

- Eso lo decido yo mi niña - le respondió su tía abuela con ternura -. Necesito que me digas cómo te sientes. Tienes que decirme que te pasa. No sigas llevando todo eso tú sola en silencio. Puedes confiar en mi.

La muchacha de cabellos de cobre, bajó la mirada sintiendo todo el deseo de hablar, sin embargo tenía miedo. Tendría que abrir su alma a esa parte de sí misma que tanto había protegido para no ser lastimada, esa parte de sí misma que odiaba, que ocultaba para no ser juzgada. Tenía el corazón ardiéndole por querer hablar, añoraba que la tía le insistiera lo suficiente para tomar el valor de contárselo todo... mas no dejaba de tener miedo de cómo la vería luego tía Raquel, que pensaría de ella... si su madre había tenido palabras tan duras ¿no las tendría su tía abuela también? ¿No la juzgaría cualquiera? Una vez más, una lágrima fue su única respuesta. Una silenciosa lágrima llena de palabras.

- Hija... me estás matando con tu silencio - Raquel le tomó el rostro y se lo levantó delicadamente, haciendo que sus miradas se encontraran. Los ojos de la dama de damas estaban llorosos. Es que desde un lugar secreto de su alma quería redimir su propio dolor, quería proteger a Adelaida y no fallarle... tal vez así Jazmín la perdonaría.

Fue suficiente aquella mirada para Adelaida, no quería más sufrimiento, no quería más tristezas por su culpa. En ese momento se le hizo indetenible el dolor, el temor, el amor; todo se le desbordó del pecho como si se desangrara a caudales y tuvo la necesidad de abrazar a aquella anciana que tenía enfrente para seguir respirando, para poder continuar, para poder vivir un poco más y desprender de su alma la daga hirviente que le atravesaba el corazón de lado a lado. Raquel cómo si hubiera escuchado sus pensamientos le ofreció sus brazos como un refugio, como una fortaleza, como un nido y Adelaida como una niña asustada se deslizó sin pensarlo en su regazo y se acurrucó en su pecho.

- No me juzgue tía - le suplicó llorando metida entre sus brazos. Raquel la besó en la frente, porque no existe beso más noble que el que se da sobre la frente del ser al que se ama. Es más que un beso, más que un juramento, que una promesa. Es una bendición, es una garantía de amor.

- Si la vida no me ha juzgado a mi como debería hacerlo ¿por qué he de juzgarte yo a ti mi niña? ¿Qué cosa tan grave podría haber hecho una jovencita como tú para indignar a una vieja como yo? - Raquel le sonrió con ternura - No te preocupes, hija, te escucharé con el corazón en las manos.

Adelaida la envolvió con sus brazos firmemente sin salir del amparo que sentía sobre su pecho. Trataba de conseguir las palabras para comenzar; realmente lo que buscaba era la valentía necesaria para poder darle su confesión. Todo lo que tenía que decir lo sabía de memoria, con lujo de detalles. Solo necesitaba el valor para dejarlo salir.

- Tía... usted tiene razón... - dijo al fin -. Yo no soy una dama...

- Oh... Adelaida, a tu edad yo estaba demasiado lejos de ser la dama que tú eres - Raquel recostó su mejilla sobre la cabeza de la muchacha taciturna.

- Yo... yo no me he portado como una dama... - cada palabra era más difícil de dejar salir que la anterior. La voz le tembló y tuvo que respirar con calma unos segundos para poder continuar. - Yo decepcioné a mi mamá... yo decepcioné al hombre que me amaba...

- ¿Qué fue lo que sucedió Luisa Adelaida? - la voz de Raquel sonaba para Adelaida como la de una madre, más cercana, más amable, más amiga que la de Betania. Cada segundo la acercaba más a su tía abuela, comenzaba a sentir que podía confiar en la dama de damas sin sentirse amenazada. En cambio, cuando le contó a su madre todo lo que había sucedido, estaba de pie, distante. La miraba como en un tribunal, no la dejó llorar, le hizo sentir que tenía que cargar con su culpa por haberla avergonzado como lo hizo. No la abrazó, la miró con descontento. ¿Qué voy a hacer contigo ahora? le dijo su madre. Una dama debe ser respetable... y Adelaida la había decepcionado.

- Me porté como una desvergonzada... - las lágrimas comenzaban de nuevo a nublar su mirada - Joshep creía que no le iba a fallar y le fallé.

- ¿Joshep? - preguntó Raquel.

- Era... - la muchacha pareció caer en un hoyo profundo y con la mirada lejana continuó - era mi prometido... Es el hijo del alcalde de la ciudad. Queríamos casarnos...

- ¿Gregorio y Betania lo sabían? - la anciana acarició el abundante cabello ondulado de Adelaida.

- Sí, papá y mamá nos habían dado la bendición - respondió la pecosa cerrando los ojos para mirar aquel recuerdo.

- Sígueme contando.

- Joshep es de una familia muy importante de la ciudad y siempre me decía lo afortunado que era de tenerme... - Adelaida sonrió mustia recordando aquello - A mi, toda una dama. Una señorita respetable... Papá y mamá también estaban muy orgullosos de su hija.

La herida sonrisa de la muchacha se desapareció por completo de su rostro y solo le quedó en la mirada una gran expresión de abandono.

-  Pero alguien le dijo a Joshep que yo no era digna de él.

- ¿Por qué alguien le diría eso sobre ti? - cuestionó Raquel sintiéndose molesta por dentro - ¿Quién lo dijo?

- No sé tía... pero... Joshep le quiso demostrar que se equivocaba... - Adelaida cerró los ojos, mas no pudo evitar que sus lágrimas comenzaran a correr como dos cascadas por su rostro hermoso. La expresión de Raquel se había endurecido un poco, presentía la malas intenciones conque habían lastimado a Adelaida, presentía que se habían burlado de su inocencia, de su ingenuidad, de su amor.

- Y yo lo defraudé... - una vez más la muchacha se desmoronó. Era mucho el dolor que había ahorrado dentro de sí y que ahora tenía una puerta abierta por donde salir. Lloró, lloró fuertemente. Margot llegó hasta la puerta pero no pasó, miró desde lejos la escena conmovida. Raquel le había pedido el favor que le permitieran hablar a solas con su sobrina. Y para Gaspar y Margot, la dama de damas era más que Doña Raquel, siempre había sido como una madre para ellos. Lo que ella pidiese, sin falta la complacerían. Adelaida comenzó a calmarse, aunque la verdad era agotamiento; cada lágrima le quitaba fuerzas, la derribaba. Cuando Adelaida logró desahogarse una vez más y serenarse un poco, Margot se retiró cerrando detrás de sí la puerta de la habitación. Eso fue algo que agradeció en silencio Raquel.

- Hija, libérate de esa carga de una vez. Cuéntame que sucedió - la tía abuela le instó con compasión.

Adelaida se reincorporó en la cama, apartándose de Raquel pero sin soltar sus manos. Se sentía flotando en un mar tormentoso de emociones, y su único soporte para mantenerse en la superficie era la tía abuela. Entonces abrió su última coraza y su alma terminó de salir:

Adelaida lo amaba. Sus días eran él, sus sueños eran él. Joshep era su vida. Cada cosa que hacía lo hacía  con un pensamiento para él, porque él le decía que la amaba. La amaba por ser una dama, tan educada, tan pura, en la que se podía confiar. Ella amaba lo sencillo de la vida y pensaba que Joshep le había llenado su vida de mayor complejidad, de detalles intensos, de aspiraciones grandes, tanto que la sencillez le llegó a parecer demasiado obvia en las cosas que debía dejar atrás, para alcanzar la vida que se vislumbraba en el horizonte junto a él. Cambió la visión de su propio mundo por él, cambió para él, se mejoró para él. Adelaida lo amaba. Él le encantaban los colores verde, azul y ocre. Verde, azul y ocre eran los vestidos que ella comenzó a vestir. A él le gustaban las reuniones de sociedad, donde una persona de su estatus podía hacer relaciones importantes, codearse con "gente importante"; ella hacía su mejor esfuerzo, aunque la familia Castelán Buendía era acomodada, no pertenecía a la élite social de la ciudad. Aprendió a no quedarse en silencio en las conversaciones, a Joshep le molestaba cuando ella parecía refugiarse detrás de él, como una muchacha de pueblo. Sin embargo era que Adelaida amaba la intimidad de una conversación honesta, de asuntos más universales. También le encantaba observar como todos actuaban en aquellas reuniones, tal vez para aprender, tal vez para evitar ser. Mas sabía que el que mucho habla y poco observa, no sabe lo que dice. Joshep prefería que ella hablara más, y ella, con el tiempo, comenzó observar menos y hablar más, comenzó a creer que participar la hacía pertenecer, que la aceptaban, que eso la hacía mejor. Mejor a los ojos de Joshep, que se mostraba orgulloso ante una Adelaida más desenvuelta, una mejor actriz en su nuevo papel de la dama de sociedad, cuando en el fondo lo que le importaba era ser solo la prometida del hijo de los Villafranca Andueza, no porque esos apellidos significaran para ella lo que significaban para él, o para cualquier otro gremialista o elitista que giraban en torno a dicha familia. Joshep Villafranca Andueza era para ella el distintivo de su amor, no habían dos Joshep Villafranca Andueza en toda la provincia, ni quizá en todo el país, y el único que existía, era de ella y ella de él. Respecto a Joshep, él no pensaba igual de los apellidos de Adelaida. Los Castelán Buendía eran buena gente, por eso tenía la certeza que el señor Gregorio y la señora Betania habían educado tan bien a su hija, pero era necesario para sí mismo que ella "mejorara", la quería, le parecía hermosa, decente, sin embargo, eran de "mundos" diferentes, mientras que Adelaida creaba un mundo solo de ellos dos en sus sueños y corazón. Se comprometieron un jueves, una noche hermosa como lo son las noches de Abril. Bajo la bóveda estrellada del cielo se dieron su primer beso, ella nunca olvidaría ni la hora, ni el lugar, ni siquiera el justo sitio donde estaba parada cuando por primera vez Joshep la besó, atrapando definitivamente su corazón, pidiéndole que se casara con él... era el día de su cumpleaños.

 Nadie supo nunca de las tristes horas solitarias que ella se pararía en el mismo lugar, tratando de vivir de nuevo ese momento, los días que él ya no estaba... que ya no quería casarse con ella. 

Adelaida le sorprendía verse al espejo y mirar lo diferente que era desde que estaba con Joshep. Había días que se sentía orgullosa de ella misma, se sentía transformada en una persona mejor, digna de experiencias más altas, tanto que comenzó a añorar lo que todos añoraban. Sus propias aspiraciones eran muy plebeyas, ahora era una dama de sociedad, porque en sociedad se desenvolvía y pronto sería esposa de un gran joven y ella lo representaría donde fuese. "Qué inteligente y bella es la esposa de Joshep Villafranca" imaginaba escuchar a las personas conversar. Pero la realidad era otra, había alguien que no estaba de acuerdo con esa relación, se podría asegurar que eran muchos los que no estaban de acuerdo, mas alguien le tenía desprecio particular. Era alguien que siempre se movió en las sombras, como los malos espíritus, y comenzó a susurrar rumores a los oídos de Joshep. Al comienzo él no quiso escucharlos, no quiso creerlos, pero aquel falso amigo, aquel alma mal intencionada insistió tanto con "buena voluntad" que terminó mellando el alma y la confianza del muchacho. Le había dicho que ensuciaría su linaje de casarse con Adelaida, porque el linaje de ella estaba corrupto, descendiente de mujeres de cabaret, que solo querían limpiar su apellido y su vida miserable usándolo a él como salvoconducto. El destino no estuvo a favor de ella. Amar a un hombre que amaba más a su apellido que a ella fue su desgracia. Joshep comenzó a ponerle pruebas todo el tiempo a Adelaida sin que ella lo supiera, comenzó a creer que si ella no hacía lo que él consideraba lo correcto, entonces todo aquello era cierto, ella no lo amaba, lo estaba usando, o simplemente no estaba a su altura. Cuando los padres de ambos fijaron fecha de matrimonio, la preocupación de Joshep no hizo más que empeorar. Aquel mal ser no dejaba de atormentarlo, de hablarle de la desgracia en que caería ante las demás familias respetables del país. "Sangre de cabaretera" le decía una y otra vez, hasta que Joshep decidió ponerla a prueba. Aquel "amigo" le decía que no sería difícil hacer surgir la sangre de cabaretera que llevaba Adelaida en sus venas, lo instó a que lo comprobara y Joshep decidió demostrarle que se equivocaba, "Adelaida es una dama" trató de defenderla aunque la duda ya había hecho una oscura madriguera en su corazón. 

Hubo una gran reunión en la fantástica casa de los Villafranca, entre otras cosas celebraban la cercanas nupcias de su unigénito. Fue una fiesta de gala, donde cada quién y cada cual hizo alarde de sus mejores modas. Para una ocasión como esa Adelaida había reservado con ansiedad su vestido verde, de cintas rosadas, de acampanada falda, que la hacía ver como a una princesa. Llenó su cabello de largos y brillantes bucles, y su aniñado rostro se aniñó aun más. Su cabello rojizo lucía hermoso, resaltado por el color verde de su vestido. Se miró en su espejo de cuerpo entero. ¡Hermosa! para un hombre hermoso, dijo para sí misma en la intimidad de su habitación. Palabras de la inocencia. Durante toda la velada Joshep parecía inquieto, a ella le parecía que estaba más atento que de costumbre, se sentía muy observada por él. Adelaida le halagaba todo aquello, en especial en ese día: Joshep estaría contento porque pronto estarían juntos, para siempre, unidos con la bendición de Dios, pensó. Cuando sus padres decidieron que era hora de retirarse buscaron a Adelaida y la encontraron con Joshep conversando con un grupo de conocidos. 

- Luisa Adelaida - la llamó Gregorio, su padre -. Es hora de irnos a casa. 

- ¿Ahora? - Adelaida no quería irse, era su mejor noche y Joshep estaba portándose como nunca con ella - Quisiera quedarme un poco más.

- Señor Gregorio, si me lo permite, yo puedo llevarla más tarde a casa personalmente en mi auto - dijo caballerosamente Joshep. El padre de Adelaida pareció dudarlo un poco, pero era el hijo de los Villafranca Andueza, prometido de su hija. Un joven de tan respetable familia. 

- Está bién - bufó Gregorio, en fin le costaba aun hacerse de la idea de que su niña ya era una mujer y que pronto ya no estaría bajo su protección... la verdad que esa noche ya no lo estaba -. Pero a las nueve ya debe estar en casa. Es una señorita y es lo más tarde que puede estar fuera de casa. Después que se casen tendrán todo el tiempo para estar juntos. 

- Gracias, así lo haré. A las nueve sin falta - se sonrieron ambos, se despidieron entre todos y Betania y Gregorio se alejaron dejándolos con los demás comensales. 

- Adelaida - después de un pensativo silencio, Joshep la tomó de las manos y la separó del grupo de personas con la que estaban. 

- Dime amor - lo besaba con los ojos, lo besaba con sus palabras. Lo amaba tanto, y nunca tanto como esa noche. La última. 

- Me gustaría que nos fuéramos de aquí, de la vista de todos - Adelaida no le respondió en el momento, ¿irnos a solas? pensó, le pareció romántico. Así es la inocencia. 

- Quiero poder tener un momento para estar a solas contigo - Joshep le sonrió, inescrutó sus ojos, la estudió, la midió, la diseccionó. Y siguió la duda en él junto al rechazo de esa misma duda. Ella era una dama. Digna de él, de un Villafranca. Su amigo se equivocaba, él lo demostraría esa noche. 

- Esta bien - le respondió la sonrisa con sus mejillas pecosas sonrojadas. Sus bucles no dejaban ver lo coloradas que estaban sus orejas. Pero no hacía falta, en ella todo era un rubor, una evidencia de que su corazón sonaba su timbal contento, en la orquesta de su alegría. Joshep le tomó la mano y la guió hasta el otro lado de la gran casa, traspasaron una pequeña verja llena de enredaderas floreadas y llegaron hasta un hermoso jardín donde había poca luz, lejos de la algarabía de los invitados y de la mirada de cualquiera. Aquel recorrido le pareció una aventura, algo atrevido, algo solo de ellos dos. Al estar en aquel lugar, Joshep se detuvo en silencio un momento mirando hacia un rosal cercano, sus ojos parecían buscar algo. Adelaida se le acercó y trató de mirar en la misma dirección, pero él no la dejó. 

- ¿Me amas? ¿Cuanto? - se volteó hacia ella tomando sus manos nuevamente. Para ella esa pregunta era tan fácil de responder, y no tenía motivos para cuestionarla. Le encantaba decírselo:

- Te amo con toda mi alma, con todo mi ser - le respondió ella con estrellas en los ojos, con rostro cándido, con voz de vendaval. Pero Joshep no estaba midiendo su amor, estaba juzgando sus actos, su dignidad, desde una distancia muy lejana a la de su corazón. 

- ¿Por qué me amas? - le preguntó sin dejar de mirarla a los ojos. La pregunta le sonó a ella extraña ¿Por qué se ama? ¿Por qué lo amo? ¿Acaso no solo importa que lo amo? ¿Importa el por qué? 

- No sé... - le tomó sus manos y se arropó las mejillas con ellas - Te amo tan solo por que te amo. 

No era una respuesta para Joshep, aunque para Adelaida lo era. Lo que él quería saber no era la calidad del amor que ella sentía, sino la calidad de dama que ella era. Aunque sus palabras parecían las de un enamorado, eran realmente las de un juez y las respuestas de ella, eran de una enamorada, sin saber que era víctima de sus propias palabras, de su inocencia.

- Ven - Joshep la tomó de la mano y caminó con ella hasta un pequeño chalet que había en el jardín, cubierto por las enredaderas floreadas que había visto a lo largo del lugar, cerca del rosal. Al estar frente a la entrada, Adelaida pudo ver que en el suelo había una especie de colcha dispuesta para recostarse. Casi que se detuvo en seco y Joshep lo notó. Por dentro se contentó. Así es mi dama, tú no entrarías ahí, una dama como tú cuida su integridad de mujer, de señorita, pensó él. Dentro del corazón de Adelaida había agitación. ¿Qué es esto? No sabía que pensar. ¿Joshep en verdad quería que ella se recostara con él sobre esa colcha en el suelo del chalet? ¿Esas cosas podían hacerlas los comprometidos antes del matrimonio? ¡Joshep  jamás me haría daño! ¡Nunca!, pensó ella. 

- Ven, entremos - tiró suavemente de la mano de Adelaida. Su voz sonó amorosa. Adelaida dio un pasó confusa. ¡Esto no está bien! le gritaba una parte de su ser, pero otra, que gritaba más alto, le decía que Joshep la amaba, y que no la lastimaría. Dio otro paso. Joshep sentenció cada uno. Adelaida sintió que las manos le comenzaron a transpirar. ¿Qué hago? se preguntó nerviosa, ¿Qué hago?

- ¿Harías cualquier cosa por mi? ¿Por estar a mi lado? - habló de nuevo el juez pasando a otro nivel de la prueba. ¡Lo que fuera! pensó Adelaida, confundiendo acusaciones con amores. 

- Por estar siempre contigo, lo que fuera - le respondió aunque parecía un poco asustada. Podría hacer cualquier cosa, aunque no estaba lista para algunas. 

Lo que fuera, pensó Joshep, por tener mi apellido harías lo que fuera. En especial ser digna de mi linaje, como lo han sido todas las esposas de los Villafranca, no hacerme caer en vergüenza, no ser la pena de la familia. Sé que eres una dama Adelaida, se dijo a sí mismo en sus pensamientos, olvidando con frialdad que ella era simplemente una mujer enamorada.

- Demuéstrame cuanto me amas -le dijo, pero realmente quiso decir, "demuéstrales" quién eres. La acercó hasta la entrada del chalet y por un fugaz momento sintió compasión y amor por la nerviosa muchacha que tenía en frente. Pero tenía que demostrar que se equivocaban. 

- Quítate los zapatos y entra - le pidió Joshep, atento a lo que le respondería. Adelaida lo miró con los ojos abiertos llenos de sorpresa. ¿Descalzarse? ¿En aquel jardín? Una dama nunca debe estar al nivel del suelo. Una dama debe ser elevada de la mugre de los caminos del mundo. Una dama sino ama y cuida sus pies, es porque no ama y se cuida a sí misma. Una dama siempre debe cubrirse los pies... pero se lo pedía el hombre que más amaba, se lo pedía aquel hombre que sabía quién era ella, que sabía que era una dama con o sin zapatillas, se lo pedía su futuro esposo, se dijo a sí misma. Su respiración comenzó a ser más rápida, su corazón latía con fuerza. ¡No está bien! ¡No lo hagas! seguía advirtiéndole esa parte de su corazón que no la abandonaba, pero ella escuchó la voz de sus pensamientos "Joshep sabe quién soy". Se inclinó, levantó levemente su vestido y se desnudó los pies, sobre la caminería de piedra que daba con la entrada del chalet. El corazón de Joshep dio un brinco amargo cuando ella se enderezó con sus dos zapatillas en las manos. No quería aceptar lo que estaba viendo. Una dama no lo hubiera hecho Adelaida, pensó. Aun en el fondo de sí mismo batalló, se negó a aceptar que Adelaida no era una dama en todo proceder, que por encima de cualquier cosa podía rectificar a tiempo. Se iluminó con la esperanza de que ella detuviera todo aquello y le reclamara el respeto que una dama se merece. 

- Entra Adelaida y siéntate sobre la colcha - esta vez sonó en su boca cada palabra como una fría orden, pero ella no lo pudo notar. Tenía sus propias voces gritando en su cabeza. Caminó hasta dentro y se quedó de pie mirando donde sentarse. No sabía que hacer, no sabía que pasaría luego, se giró hacia Joshep, deseaba que él ya no quisiera seguir con aquello, no estaba lista, no se sentía segura, había comenzado a sentir miedo. Lo miró, lo miró con ojos de auxilio, lo miró deseando que él mismo la rescatara de la misma trampa en la que no sabía que él la había metido. Extendió su pequeña mano hacía a él rogándole con la mirada ¡Sácame de aquí!, pero el juez interpretó aquello, como una invitación a seguir. No debiste Adelaida pedirme que entrara ¡Acaso no eres una dama!, gritó él dentro de sí. Le tomó la mano y entró. El corazón de Adelaida se agitó lleno de temor, el de Joshep se enfrió como una roca. La tomó de las dos manos y la hizo sentarse, ella se dejó guiar como a una niña. La actitud de Joshep cambió, su rostro mostró un notorio sentimiento de molestia. Adelaida tuvo miedo de hacer las cosas mal, mientras que en el otro extremo de sí, deseaba salir corriendo. Sin mediar palabras Joshep se le acercó y la besó. Te quitaré el disfraz de señorita respetable, dijo en sus pensamientos. Su "amigo" y todos sus rumores habían ganado. Adelaida en un primer momento se puso rígida, batalló un poco con las manos de él, pero eran sus labios, era su Joshep quién la besaba y se rindió poco a poco, sin saber que aquel beso era veneno, era un puñal. Lo amó, en ese besó lo amó más que nada en el mundo, antes de ese momento no había amado tanto. Joshep hizo el movimiento evidente de querer comenzar a quitarle el vestido, mas ella no lo notó, su alma entera estaba en aquel beso, pero al sentir que él le bajaba el vestido por los hombros reaccionó.

- Joshep - le dijo tratando de apartarlo. El volvió a besarla mientras seguía sacándole el vestido como la corteza de una fruta que aun no estaba madura para comerse. Ella no sabía que hacer, no sabía contra que luchar, si contra ella misma, contra sus paradigmas, o contra el hombre que amaba. 

- ¡Joshep! - casi le rogó, en mitad de lucha, en mitad de entrega. No te defiendes, esto es lo que quieres, pensaba el decepcionado juez de Adelaida.  

-  Demuéstrame quien eres - le espetó al fin Joshep a la joven confundida y asustada. ¿Quién soy? pensó ella, soy la mujer que te ama, soy la mujer que haría cualquier cosa por amarte, soy la mujer que te pertenece - Dime que haces aquí, que quieres de mi. 

No, no eran palabras de amor, pero Adelaida creía ciegamente que sí lo eran, que él la amaba, y la amaría siempre. ¿Qué hacía ahí? ¿Qué quería de él? 

- Joshep, estoy aquí porque te amo, lo que quiero de ti es que estés siempre conmigo. Quiero tu amor. Te amo Joshep, te amo con toda mi alma - le respondió con los ojos humedecidos de lágrimas. 

- Demuéstramelo - le exigió él, acercándola de nuevo a su cuerpo, pero no explicó su exigencia, lo que él quería era que ella lo detuviera por completo, que se pusiera de pie y se calzara de nuevo, cómo una dama de sociedad debe hacer, demostrar no que la amaba, sino que era una dama digna de llevar su apellido. Pero Adelaida estaba en brazos del hombre que amaba, por él que era capaz de hacer cualquier cosa por demostrarle cuan grande era su amor, estaba en brazos de aquel que le pedía muestras de lo que ella era capaz por él; el que le pedía una prueba de amor incuestionable. Qué mejor prueba de amor que ella misma, qué mejor prueba de amor que entregarse entera, qué mejor forma de decirle que ella le pertenecía totalmente a él, sin importar nada en el mundo, ni normas, ni lugares, ni élites. Sólo ellos dos. Ella tímidamente le ofreció sus labios en un beso, y él la besó sin alma. Ella no lo notó, pues sentía tanto amor como para impregnar todo el lugar. El comenzó a quitarle el vestido y ella se abandonó en sus manos, en las que confiaba, las que nunca le harían daño. El comenzó hacer lo mismo con sus propias ropas y al deshacerse de ellas, recostó a la temblorosa Adelaida sobre la colcha y sintió desprecio al mirarla. 

La frágil inocencia de Adelaida quedó en manos de Joshep, quien no le importó el amor, quien no supo de delicadezas. Le eran indiferentes las lágrimas de ella, su dolor físico, su entrega. "Sangre de cabaretera" sonaba en su cabeza, mientras Adelaida le deba toda su pureza, con miedo pero con todo su abandono. Ella se abandonó en él, y él, la dejó abandonada. Ella no dejaba de temblar, los nervios, las sensaciones, el dolor, el amor, todo aquello era de ella, le pertenecían, y ella lo daba como ofrenda a Joshep. Amada con odio, amando al que la odiaba. Así hirieron de muerte su inocencia... pero aun no lo sabía. Sin embargo una parte de ella estaba sufriendo, Joshep no estaba siendo delicado, estaba molesto, era otro, era un intruso en su cuerpo.  

Cuando Joshep se cansó de ella se apartó de su lado y se sentó lleno de ira y decepción, buscando vestirse de nuevo. Adelaida se sentó también, le temblaban las manos, le temblaba la barbilla, le temblaban las piernas. Sentía ganas de llorar y una vez más como un minuto antes, las lágrimas se le escapaban solas de los ojos. Su vista quedó nublada. Se cubrió con su vestido verde como si fuera una cobija ocultando su desnudez. Había estado con el hombre que amaba más que a su vida, pero se sentía vacía, algo le faltaba, algo le había sido quitado en ese momento, no sabía qué. Trató de buscar a Joshep, sus brazos, su apoyo, su amor. Pero este le sacudió la mano del hombro. Eso la asustó. 

- Joshep - le llamó empequeñecida y temerosa. Trató de tocarlo de nuevo. Joshep se puso de pie evitando que ella lo alcanzara. Su rostro era el de otra persona, estaba lleno de rabia, de soberbia, de nada parecido a amor. 

- Entonces era cierto - dijo al fin Joshep, con denotado desprecio hacia ella. Adelaida sentía que su alma se comenzaba a desgarrar. Algo estaba mal. 

- ¿Joshep que sucede? - la voz de Adelaida se aniñó, como toda mujer que queda desprotegida, con el alma desnuda. Joshep miró fijamente aquel rosal que en principio había robado su atención tan misteriosamente. El rosal se movió y de él salieron dos jóvenes. 

- Al final ha sido cierto - dijo él dirigiéndose a ellos. Adelaida, apenas cubierta por el vestido se le disparó el corazón como el de una pequeña avecilla herida entre las fauces de un gato hambriento. Su alma jamás había expresado tanto dolor y tanto terror juntos. No se atrevía a hablar como si eso la hiciera invisible. Le rogó a Dios y a su ángel de la guarda que no la dejaran sola, por lo menos no por más tiempo. Joshep se volteó hacia ella y la miró como a una extraña. 

- Y yo no quería creerlo. De todas las mujeres que me pude haber fijado... ¿Cómo no me dí cuenta de la clase de mujer que eras? - le esputó con desprecio. Ella comenzaba a llorar dolorosamente, comenzó a sentir que toda aquella voz interna que le hablaba de amor se había ido, y solo quedaba con ella, esa, la que nunca la dejó sola, la que siempre le gritó que no lo hiciera. Lo he estropeado todo, pensó por un segundo, lo he arruinado todo. 

- Como un imbécil le decía a todos que no creía que fueras una mujer regalada, una farsa, que quería engatusarme para poder casarse conmigo - ¿Regalada? Sabía que se había entregado, pero no como un obsequio, como algo fácil de dar, sino como algo que se arranca del propio cuerpo y se da al otro como sacrificio, de fe y de amor. Pero en algo le daba la razón, no se comportó como una dama. ¿Qué dirían todos de ella? ¿qué diría su mamá, que tanto le vivía recordando el sano proceder de una dama? Se merecía el repudio de Joshep. 

- El señor León tenía razón - comentó uno de los jóvenes que estaban aun frente al rosal.

- Sangre de cabaretera - dijo el otro, con una actitud llena de sorna y desprecio hacia ella. 

- ¡Mira como me has dejado ante todos! - le gritó Joshep, primera vez en la vida que lo hacía, lo que fue una estocada para el corazón de Adelaida -. Aposté porque te comportarías como toda una dama, que todos se equivocaban, hasta fui capaz de decirle a mis amigos que se escondieran entre los arbustos para que vieran lo dama que eras, para que vieran personalmente lo respetable que eras. ¡Qué imbécil he sido! No eres digna de llevar el apellido de los Villafranca. ¡No eres una dama!

- A ella no le importará entonces que entre yo también al chalet - dijo el segundo de los jóvenes que habló. Adelaida se quedó sin respiración. 

- Joshep - apenas la voz le salió. Él la escuchó y guardó silencio un momento, volteó a mirarla, y la observó sentada en el suelo del chalet, apenas cubierta con su vestido y con la cara inchada de llanto, sintió una lejana compasión por ella. Detuvo, sosteniendo con fuerza por el brazo, al joven que iba decidido a entrar directo hacia al chalet y le interpeló:

- No vale la pena - se miraron fijamente. Aquel amigo suyo se sacudió de su mano y caminó de regreso junto al otro "testigo" de toda aquella nefasta prueba preparada por Joshep -. Ella no está a nuestra altura. 

A Adelaida aquellas palabras la mataron en vida, no hubo diferencia entre esas palabras y de lo que hubiera sucedido si Joshep no hubiera detenido a su amigo. La terminó de convertir en nada, en poca cosa. No estaba a la altura de ser amada por el hombre que aun sentía amar, al que comenzaba darle la razón de su desprecio. Ella desobedeció toda norma, ella dejó de ser una dama y eso debía imperar siempre. Se dijo así misma que no ser una dama era una tragedia, que era muy doloroso ser señalada, ser reducida, ser condenada a menos. 

- Vamos - le ordenó Joshep a sus compañeros. Volteándose hacia Adelaida le dijo:

- Cuando regrese es mejor que no estés aquí, porque la próxima vez no detendré a nadie. Vete y no te quiero ver más, nunca más - le dio la espalda y comenzó a alejarse junto a los otros dos. 
       
Luisa Adelaida, había dejado de llorar. El dolor ya no era necesario demostrarlo a través de sus lágrimas, toda su humanidad era una alegoría triste de la peor tristeza. Sostuvo con sus manos temblorosas el vestido, el que hace solo unos 20 minutos atrás  la hacía una dama, como pudo se deslizó en él, tratando de no desmayarse. Sentía que la cabeza le daba vueltas. Se calzó las zapatillas, otro símbolo de su inocencia destruida, otro recordatorio de cuando era la señorita respetable. Salió del chalet con dificultad, las piernas le fallaban, se le hacia difícil dar tres pasos seguidos con seguridad, le dolía el vientre, y sentía vacío el pecho como si el corazón se le hubiera evaporado. Miró el largo trayecto que la alejaba de la salida más cercana del jardín de aquella casa, donde el amor y la tristeza siempre estuvieron esperando por ella, para jugar a su antojo con su fragilidad. Cuando por fin logró estar en la calle, le pareció oscura, demasiado sola, demasiado triste. Se alejó de la reja por donde había salido, y avanzó poco a poco. Sintió náuseas. Cruzó una calle, rumbo a la esquina que debía cruzar para llegar hasta su casa. Al llegar hasta ahí, el mundo le dio vueltas. ¡Esto no es real! se decía, ¡Esto es una pesadilla! Comenzaba a volver en sí, comenzaba a sentir el latir de un corazón roto, fracturado, casi irreparable. Se sostuvo de la reja de la gran casa de sus vecinos, la que le sirvió para no irse de bruces contra el suelo. La calle estaba demasiado sola, como si el mundo le hubiera dado la espalda, como si todo el mundo se hubiera ido tras de Joshep dejándola abandonada en la fría noche. Cuando por fin logró cruzar el umbral hacia el jardín de su casa, cuando vio a escasos metros la entrada a su hogar, dejó de luchar, se dejó ir, la cabeza le dio vueltas y cayó, lentamente como cae un gran árbol, y cayó bocabajo sobre la caminería del jardín. 

A las nueve de la noche, cuando Gregorio salía a esperarla afuera la consiguió desmayada, corrió, la sostuvo en brazos y la llevó adentro. La puerta se cerró tras de él y llamó por teléfono a los Villafranca... pero nadie sabía nada. Todavía no.


Raquel la abrazaba con amor, con calidez. Deseaba haber podido estar ahí para protegerla, para derribar de su camino todos aquellos que se acercaron a lastimarla. Se sentía culpable indirectamente con la suerte de Adelaida. Su pasado parecía que nunca la dejaría de perseguir, que nunca la dejaría de lastimar, a ella y los que amaba.

- Oh mi niña. Mi querida niña - le mimó, haciendo sentir a Adelaida acunada, segura, protegida sin tener que usar corazas - Eres mucho más dama de lo que imaginas. Y ese... Joshep... no te mereció nunca.

- Tía lo defraudé - murmuró la joven pecosa.

- ¿Cómo que lo defraudaste? Por el amor de Dios Adelaida - la dama de damas se dio cuenta que su sobrina necesitaría aprender a vivir de nuevo. A mirar en la dirección correcta, cómo le había tocado a ella en el lejano pasado. La lección del destino volvía a repetirse para ella.

- Adelaida. Se sincera conmigo - la tía abuela la tomó del rostro - ¿Aun quieres a Joshep?

La muchacha pecosa, se recostó sobre el pecho de Raquel una vez más. Revisó su alma, miró en sus heridas, buscó en su dolor. Y mirara donde mirara, siempre veía lo mismo, oculto aquí y oculto allá dentro de ella. Guardó silencio. No dijo nada. No lo quería decir. Le dolía decirlo. Le dolía aceptarlo. Pero el silencio puede ser a veces más claro que las palabras, pues no genera excusas, se responde a sí mismo. De esa manera Raquel lo supo y no se lo preguntó más. No quería lastimar esa herida en Adelaida, esa razón de su desdicha.



Adelaida lo amaba.


                                                                                                           Lee Aquí el Capítulo 10





viernes, 13 de junio de 2014

Capítulo 8

Ebook primera parte Aquí




Los Jardines de Bardolín


Coronada con Cayenas
Segunda Parte










Capítulo 8





Gerónino tomó un sorbo de su taza de café y se quedó en silencio mientras reflexionaba. ¿Dónde podría estar? Si acaso era que aún existía dicho documento. Había revisado e investigado cada último rincón, lugar y personas con las que pudo haber tenido contacto Guillermo en aquellos días, hace 44 años hacía atrás. No había nada, ni siquiera algo descabellado que le produjera una corazonada lejana que le indicara un camino que seguir. Al parecer todo estaba perdido para Bardolín... y para Raquel. 

- Aquí está la carta de Guillermo - Raquel la sostenía en sus manos con mucha delicadeza, como si de un tesoro se tratara -. Por más que la he leído, la única alusión que hace al documento es esta parte que dice:

                         "¿Recuerdas lo tanto que nos gustan los juegos de palabras? Tengo uno 
                             para ti. Con el encontrarás el "obsequio". Sé que entiendes por qué
                             te hablo con enigmas, pero aquí no puedo confiar ni en el buzón de
                             correspondencia. Lamento haber sido tan confiado y no haberte dicho
                             desde un principio donde lo he dejado. Cuando lo encuentres no esperes
                             por mi, pon tu puño ahí, yo llegaré y luego haré mi parte. Dijimos que
                             no lo haríamos aún, pero amigos me han hecho llegar rumores desde
                             que estoy aquí.   
                         
                                                 Te dejo este acertijo que te guiará al obsequio:

Parezco un acertijo pero no lo soy
aunque si me descifras seré uno para tí,
 es un error si miras donde estoy
aunque puedes hallarlo 
mirándome a mi. 

Yo, estoy hecho de palabras
pero no decir nada es mi fin,
aunque negándolo te voy diciendo donde estoy,
que con palabras me puedes descubrir"


El anciano se mantuvo atento e hizo un esfuerzo mental por tratar de traducir aquel acertijo. Siempre le gustaron los juegos de palabras, estaba acostumbrado a lidiar con ellas en el basto y complejo mundo de las leyes. Mientras tanto Raquel miró más abajo, en secreto, hacia una parte de la carta que solo ella había leído miles, quizá ciento de miles de veces. Miró aquellas palabras con amor y nostalgia:

                                                 "Querida Raquel es hora de despedirme, espero verte 
                                                   pronto. Espero irme de este lugar, de este infierno y 
                                                   volver a los jardines, bajo los cerezos...
                                                    Me despido con estas palabras, un pequeño soneto
                                                    que se me ocurrió una noche difícil en este lugar de penas
                                                    y que me llevó hasta ti, para consuelo de mi alma:  


Mi corazón es de satén
y sabes quién soy
soy tan pequeña que no me ves
pero tan grande para saber donde estoy

Tú llevas cayenas en el pelo
y yo estoy descalza sobre la grama
estos jardines son tuyos enteros 
como lo soy yo quién tanto te ama"


Raquel cerró la carta tratando de irse en ella, dentro de aquel antiguo pequeño cofre de madera que hacía de bóveda de aquellas palabras. Giró la pequeña llave y la regresó a su pecho, escondida en una fina cadena de oro que ocultaba, como un hilo de sol, tras los velos de su ropa. Gerónimo dejó la taza de café sobre la mesa y entrelazó las manos como si pudiera así, revisar en un archivo invisible que funcionase infaliblemente con el uso de la concentración. Pero nada, lo más cercano que pudo pensar era que Guillermo se refería a libros. La dama de damas tenía muchos "...con palabras me puedes descubrir" De pronto se le iluminó el rostro. ¡Podía ser eso! 

- ¡Raquel! - habló con entusiasmo- ¿Y si se refiere a buscar en los libros? "con palabras me puedes descubrir" Quizá el verdadero acertijo está en algún libro, algún escrito que leyeran en común alguna vez, algo en ese estilo. 

- Pasaríamos cuarenta años más buscando entre ellos... Ya se ha buscado ahí antes. 

- ¿Pero Raquel...? ¿No te hace sentido? - Gerónimo trataba de trasmitirle sus repentinas esperanzas  a su querida amiga - "Parezco un acertijo pero no lo soy" En sí mismo no es un acertijo, te lleva hacia él. Si desciframos este nos lleva a la verdadera pista. Creo que eso es lo que intenta decir.

- ¿Sabes cuantos libros, y cuantas páginas tienen Gerónimo? ¡Cuantas cosas leíamos juntos, escondidos en los jardines, de la vista de todos! - Raquel parecía mirar de soslayo el pasado. 

- ¿Algún libro que leían más que otro? 

- Bécquer... él me leía mucho a Bécquer - la triste mujer tenía los ojos mirando el ayer, como si estuviera frente a ella. 

- ¿Un poeta? - Gerónimo se sentía en cada segundo, más lleno de confianza. Tenía una corazonada por fin. 

- Sí... un poeta...

- Busquemos a Bécquer entonces - el anciano se puso de pie como si hubiera pedido prestado al tiempo un poco de juventud. Raquel pareció dudarlo. Regresar a esos recuerdos, a esas líneas, a esos pecados silenciados que la llevaron al amor... aún no podía superarlo...  aún después de tanto tiempo... Sin embargo en el fondo de su corazón la idea de Gerónimo iluminaba con cierto sentido en una dirección no explorada por ella. 

- Déjame traer el libro, lo tengo en una gaveta de mi habitación - la dama de damas se puso de pie con gran pesadez. Todas sus tristezas giraban sobre ella, susurrándole, tocándola, hiriéndola. Caminó hasta el mueble cerca de su cama y abrió aquella gaveta. Tanto tiempo sin abrirse como un ataúd de memorias. Ahí estaba el libro con su cobertura de cuero oscuro, hojas mordidas por el tiempo y por los insectos. Envejecido como ella, que le parecía más un espejo en lugar de lo que era. Lo sostuvo en silencio, temía abrirlo y leer su propio dolor en esas páginas. Mirar lo que ya no podía mirarse, tocar lo que no podía tocarse, anhelar  lo que no podía alcanzarse. Salió sin prisa y al sentarse de nuevo junto a Gerónimo le entregó el libro.

- ¿Este es? Veamos que encontramos aquí - el anciano lo abrió al azar. Su expresión parecía la de un niño abriendo una caja en navidad. Raquel solo miró el libro a distancia ¡Qué fácil ha sido para Gerónimo abrirlo! Yo dejo la vida en ello, pensó para sí misma -. ¿Alguno en especial que siempre leyera?

- Varios... están numerados... me sé los números de memoria... - la lejana mujer parecía estar abobada, taciturna -. La número uno, la número diez, la catorce, veinte y veintitrés... la cuarenta y seis. 

Gerónimo miró los números romanos que encabezaban cada poema y buscó el más cercano al número que tenía abierto al azar. El primero que encontró fue el XX. Carraspeó un poco y leyó:

                                                            Sabe, si alguna vez tus labios rojos
                                                            quema invisible atmósfera abrasada,
                                                            que el alma que hablar puede con los ojos
                                                             también puede besar con la mirada.

Raquel cerró los ojos. Era la voz de Guillermo la que la alcanzaba. La volvía acariciar el vendaval cálido de aquel abril, de nuevo el sol de entonces besó su piel con delicadeza y las serenatas de las cigarras regresaron a su memoria. ¡Emociones! Bécquer solo habla de emociones, aquello no la llenaba de ideas sino de sentimientos. En esos poemas no hay direcciones que seguir, solo pueden sentirse sin norte alguno, se dijo en la intimidad de sus pensamientos. El anciano miró a su amiga, esperando alguna respuesta, mas ella no dijo nada. Solo abrió los ojos lentamente y miró hacia el jardín, a través de su puerta siempre abierta. 

- ¿No te dice nada? - Gerónimo le preguntó lleno de compasión. Si alguien conocía bien a Raquel, en ese momento en todo Bardolín, ese era él. Ella lo miró y le sonrió con cariño:

- ¿Qué no me dice, mi viejo apreciado? ¿Qué no me dice? 

- Te han de traer tantos recuerdos. 

- Los recuerdos nunca se han ido realmente - posó su mano amablemente sobre el brazo de su amigo -. Pero las emociones... esas a veces se duermen... y a veces cualquier sonido antiguo las despiertan... cómo ahora...

- Espero que con "sonido antiguo" no te refieras a mi voz - le sonrió Gerónimo con simpatía. Raquel sonrió junto a él. 

- ¡Claro que no! - le sacudió suavemente del brazo que le sostenía -. Pero esos versos... su voz es la que los pronuncian para mí... lea quién lea...

- Yo no quiero molestarte con esto... si quieres lo dejamos así... de todos modos vamos a ciegas...

- No, no... por favor Gerónimo - le sostuvo el brazo con sus dos manos ganando voluntad para ella misma -. ¿Y si tienes razón? No soy solamente yo... es todo el pueblo que necesita esto. Mis emociones no pueden condenarlos a ellos de no intentar probar está posibilidad que tienes en mente. 

- Leeré otra entonces - el anciano le advirtió llenó de comprensión. Raquel asintió.

- Trataré de serte útil - musitó la dama de damas y cerró sus ojos de nuevo. 

- Poema veintitrés... - el hombre de leyes respiró profundo y prosiguió: 

                                                        Por una mirada, un mundo;
                                                        por una sonrisa, un cielo,
                                                        por un beso,.. ¡yo no sé
                                                        qué te diera por un beso!

El primer beso... esa primera caricia que se da con los labios; esa palabra que se pasa de una boca a la otra, ese silencio que lo dice todo... cada una de esas cosas regresaron a Raquel. La primera vez que Guillermo le leyó ese poema, estaban de merienda al lado de los cerezos. Se estaban conociendo todavía, ella no podía creer que aquel hombre, tan buen hombre hubiese puesto sus ojos en ella. Pero ese día, a comienzos de la primavera, bajo las flores que luego serían cerezas, le musitó esos versos, tan cerca a su oído, tan cerca de su alma jamás amada.  ¡Yo no sé que te diera por un beso, Guillermo! Lo que me queda de vida, murmuró en su alma deseando que él la escuchara, estuviese donde él estuviese.

- Los cerezos... - susurró, aún con los ojos cerrados - mi mente se va a los cerezos. El correr de la primavera de 1886... todo es tan subjetivo... puede ser todo, puede ser nada...

- Ciertamente es así - asintió Gerónimo sin poder dudarlo -; leeré el siguiente. Quizá alguno te despierte una idea concreta, más clara.

Raquel respiró profundo y entrelazó sus dedos. Aquellas rimas, versos que fueron las excusas, las maneras, las sutilezas con la que Guillermo se quedó en ella como parte de sí misma, eran como una cosa incompleta sin la presencia de él a su lado.

- Catorce - dijo al fin su amigo, después de ojear en el libro -. Dice así:
                                                 
                                                   Te vi un punto, y, flotando ante mis ojos,
                                                    la imagen de tus ojos se quedó,
                                                    como la mancha oscura, orlada en fuego,
                                                    que flota y ciega si se mira al sol.

                                                    Adondequiera que la vista fijo,
                                                    torno a ver sus pupilas llamear;
                                                    mas no te encuentro a ti, que es tu mirada:
                                                    unos ojos, los tuyos, nada más.

                                                    De mi alcoba en el ángulo los miro
                                                    desasidos fantásticos lucir;
                                                    cuando duermo los siento que se ciernen
                                                    de par en par abiertos sobre mí.

                                                    Yo sé que hay fuegos fatuos que en la noche
                                                     llevan al caminante a perecer:
                                                     yo me siento arrastrado por tus ojos
                                                     pero a donde me arrastran, no lo sé. 

No podía evitarlo, no podía evadir sus emociones, no podía evadir las imágenes, no podía desglosarlas, reducirlas, traducirlas. Era arrastrada como una hoja en el viento, no tenía control de lo que sucedía en el secreto de su alma. Imágenes una sobre la otra... aunque... sí había algo en común... algo que no se modificaba de un recuerdo a otro. Ese todo que era el soporte de esos recuerdos... Los cerezos... Abrió lentamente los ojos y mirando a los de Gerónimo, como recién salida de un sueño le sonrió:

 - Amigo... los cerezos. Una y otra vez esa es la imagen que me evoca escucharte leer a Bécquer.

- Siempre has buscado dentro de esta casa - el anciano de leyes observó todo el lugar. Estando seguro que ya no había rincón donde revisar - y quizá ese era el secreto, que nunca ha estado aquí. ¿Será posible que lo haya enterrado cerca de los cerezos?

- Parece muy paranoico para ser una idea de él, pero por alguna razón lo escondió tanto que pareciera que en verdad está bajo tierra... - Raquel sacudió la cabeza tratando de centrarse en lo importante y se incorporó en su asiento - Nada se pierde con ir a revisar.

- ¿No te sientes esperanzada? - Preguntó Gerónimo con el rostro llenó de optimismo. Raquel solo le sonrió como respuesta. Para ella era una esperanza lejana. Muy en el fondo aquello le pareció comenzar a tener un sin sentido; adivinar el lugar donde estaba el documento leyendo un acertijo, que no hablaba ni de Bécquer ni de los cerezos y terminar cerca de ellos cavando con una pala.

En ese momento se escuchó el abrir de la puerta de la habitación de Adelaida. Salió como siempre, impecable en un vestido de colores tostados. Era evidente en su rostro que había llorado mucho, parecía como si un fantasma se sentaba sobre sus hombros haciendo sus movimientos lentos y pesados. Aunque siempre se mantenía de pie, erguida como una bailarina de ballet, no podía ocultar su desazón. Al mirar al Sr. Valdez bajó la mirada y se detuvo. Sintió tanta vergüenza de verlo a la cara. Raquel al verla salir se puso de pie y se le acercó.

- Adelaida ¿Cómo te sientes? - la anciana tocó con delicadeza el rostro de la muchacha pecosa, notando que su mejilla ya se había desinflamado de la bofetada que le había dado en la mañana.

- Bien - Adelaida respondió con un hilo de voz y una lejana sonrisa. Volvió a bajar la mirada pensativa y se acercó a Gerónimo sin mirarlo. Era mucha su vergüenza. Una dama nunca... una dama... alejó esos pensamientos por primera vez... Solo quería hacer lo correcto... Gerónimo la veía con preocupación; para sus ojos ancianos y experimentados sabía que esa no era la misma muchacha bravía de la mañana. En frente tenía ahora a una torre derribada, un cuerpo que estaba de pie, con el alma en el suelo.

- Quiero pedirle disculpas... yo fui muy grosera esta mañana. No me comporté ni con la tía, ni con usted. Le ruego una disculpa - las palabras de la joven sonaron suaves y sinceras. Como si se inmolara por dentro. El anciano se puso de pie y caminó hasta ella.

- Mírame... vamos mírame. No bajes la mirada de esos bellos ojos - Gerónimo le habló como un abuelo que le era propio de su apariencia paternal y amable -. ¿Que edad tienes?

- 23 años - le respondió la pecosa, mirándolo con ojos lastimosos.

- ¡23 años! -exclamó el anciano sonriente mirando a Raquel. Luego tomando una de las manos de Adelaida con mucho respeto, le dijo:

- Hija, yo tengo casi ochenta años. ¡Yo he cumplido tu edad tres veces ya! - rió con su simpatía particular - El error que tú has cometido una vez, yo lo he cometido tres. El que tú has cometido tres yo nueve, y el que tú nueve yo veintisiete veces. Yo te disculpo con todo mi corazón. A cambio te quiero pedir disculpas yo...

Adelaida apenas pudo abrir la boca para decirle que él no tenía ningún motivo para sentirse culpable de nada, pero Gerónimo no le dio espacio para que hablara.

- Yo no debí decir lo de la muñeca. Sin conocerte mejor no debí ser tan confianzudo. Tienes todo tu derecho que no te guste que te digan de una forma u otra.

- No fue su culpa - Adelaida volvió a bajar la mirada, pero está vez reflexiva. La tía abuela se paró a su lado y la envolvió con un brazo transmitiéndole calidez.

- Y nadie te está culpando a ti, jovencita - dijo Raquel con cariño -. Yo no debí responderte en el tono que lo hice, lo reconozco. Pero dejemos eso en el pasado. Todos nos sentimos responsables, así que nadie tiene la culpa. ¿Está bien?

- Por mi está bien - dijo Gerónimo, sonriéndole a Adelaida. Ella le devolvió el gesto, pero aun así seguía pesarosa. En sus pensamientos no dejaban una y otra vez de volver sin piedad los recuerdos de aquella noche del pasado. Regresaba a ella la imagen de cuando usaba aquel vestido de colores verdes que tanto amaba, que hacía que su cabello rojizo destacara, robándose las miradas. Se había hecho un peinado con grandes bucles que enmarcaban su pequeña cara, como si de una pintura hermosa se tratara. Fue ese día...  que con el corazón en las manos, que con toda su inocencia pisó en el vacío creyendo en el amor... y cayó de tan alto... Nadie... estuvo tan sola... nadie la protegió, nadie la sostuvo... nadie le creyó...

- Tía ¿Puedo ir donde Lili? - preguntó Adelaida buscando la mirada de Raquel.

- Oh, mi niña. ¿Desde cuando me pides permiso para ir a visitar a tu amiga? - la apretó contra su cuerpo - Claro que sí, ve. Creo que es un buen momento para conversar con una amiga.

Adelaida se despidió de ambos y salió silenciosa, rumbo a casa de Galleta. Raquel no apartó sus ojos de ella hasta que se le perdió de vista al salir del jardín. Le intrigaba saber que sucedía dentro de esa cabecita. Recordó que Betania le había escrito una carta donde le pedía que recibiera a Adelaida para que se distrajera y "saliera de su despecho... cosas de jovencitas". ¿Despecho?, pensó, ¡Dolor es lo que veo en la mirada de esa muchacha!

- La abofeteé, Gerónimo - Raquel rompió el silencio tratando de desahogar el remordimiento que tenía por haberla golpeado -. No sé como no la tiré al piso de lo duro que le dí. Es de roble esa niña, pero solo por fuera.

- ¿Tan fuerte fue la discusión?

- La verdad es que no le pude perdonar que te dejara con la palabra en la boca...

- No era necesario que hicieras eso - Gerónimo siempre sonaba compresivo, incluso cuando no estaba de acuerdo con algo.

- Me dejé llevar... - Raquel se quedó en silencio mirando la nada.

- Lo sé, creo que ambas.

- Es de roble Gerónimo, no se quedó callada - sonrió la anciana admirada -. Me enfrentó. Su madre se hubiera orinado encima.

 - Entonces la discusión continuó.

- Sí. Tuve que ser dura con ella... pero la hubieras visto... Se deshizo en pedazos, de un momento a otro se desmoronó, su soberbia se esfumó y ante cada palabra que le decía, parecía sentir más dolor. Es de roble, pero solo por fuera. Traspasas su protección y puedes destruirla con una mirada... y yo le dije cosas tan duras...

- ¿Y que le decías? - preguntó Gerónimo, reconociendo dentro de sí que era cierto. En algo era distinta la joven que conoció en la mañana con la que acababa de salir rumbo a la vereda.

- Desde que llegó la he comparado con una muñeca. Ella hace alardes de ser una dama, se escuda siempre con ese argumento y lastima a los demás con su actitud a veces prepotente. Y yo solo he usado lo de la muñeca como una especie de metáfora, para hacerle ver que las apariencias no son nada, sino no hay nada real por dentro.

- Por eso está predispuesta con que le digan que se perece a una muñeca - reflexionó el anciano.

- Estoy entendiendo que no es por vanidad; tiene una necesidad de ser tratada con mucha atención, con excesivo respeto.

- Sí, está a la defensiva - Gerónimo miró hacia la puerta como si Adelaida aun estuviera ahí -, sin embargo hace un momento parecía lo contrario.

- No sé por qué sufre tanto - Raquel se envolvió a ella misma entre sus brazos -. Sí solo me abriera su corazón y me dijera que le pasa.

- ¿Y tú Raquel? - el hombre de leyes la miró inescrutándola.

- Yo... ¿yo qué? - Raquel titubeó y trató de hacerse la desentendida.

- ¿Tú le has abierto tu corazón y le has hablado de ti?

Raquel suspiró. Podría engañar a cualquiera pero no a Gerónimo. Él la conocía y sabía que ella también llevaba sus cruces a cuesta, y en gran silencio. Cruces que no sabía nadie en Bardolín, ni fuera de él, con la gran excepción de Laura, su hermana, la abuela de Adelaida. Quizá su viejo amigo tenía razón, le debía abrir su corazón a Adelaida; contarle su historia, de por qué se quedó sola y atada en aquel pueblito encantador lejos de todo. Por qué le hablaba a solas a una muñeca, por qué le gustaba caminar descalza sobre el césped del jardín interno de su casa, por qué se peinaba con cayenas. Se preguntó a sí misma por qué le costaba hablar tanto de esas cosas... y se descubrió a sí misma, en el fondo de su ser, temerosa... Una parte de su corazón se terminó de abrir por completo hacia Adelaida: las dos eran iguales, las dos se parecían demasiado... o por lo menos en una cosa eran idénticas. Eran duras por fuera porque por dentro eran de cristal. Supuso que Adelaida callaba su dolor, del mismo modo que ella callaba los suyos y recordó, hace tantos años, que ella fue más dura que su sobrina... si alguien necesitaba ser respetada era ella: Raquel Lamuza.

- Piénsalo con calma - le sonrió Gerónimo tomando su sombrero, dispuesto a partir -. Y respecto a los cerezos, tú me dices el día y arreglamos todo.

El anciano le puso la mejilla a su amiga y ella lo besó con mucha gratitud. ¿Qué hubiera hecho yo sin este viejo que en vez de abogado tuvo que haber sido un ángel? pensó mientras lo veía salir por la puerta hundiéndose el sobrero en la cabeza y comenzando a silbar imitando a un pájaro.

De pronto la casa le pareció incómoda. Se había acostumbrado demasiado rápido a tener la casa llena, en especial se había acostumbrado a Adelaida. Tal vez ella le había regresado un poco de intensidad a su vida. Pero la verdad era otra, la verdad era esa similitud entre Jazmín y Adelaida. Esa segunda oportunidad, que no era una oportunidad sino más bien un regalo. El silencio de la casa la aturdió un poco y comenzó a cantar aquel soneto que le regaló Guillermo, al que ella alguna vez le había compuesto una melodía sencilla:

- Mi corazón es de satén... y sabes quién soy... soy tan pequeña que no me ves... y tan grande para saber donde estoy... Tú llevas cayenas en el pelo... yo estoy descalza sobre la grama... Estos jardines son tuyos enteros... como lo soy yo, quien tanto te ama...

Miró sobre el asiento el libro y lo tomó desprevenida, como un acto reflejo lo abrió... y sus ojos se posaron sobre unas líneas... y la voz de Guillermo sonó de nuevo en su corazón llenándola toda:

                                          Si se turba medroso en la alta noche
                                          tu corazón,
                                          al sentir en tus labios un aliento
                                          abrasador,
                                          sabe que, aunque invisible, al lado tuyo
                                          respiro yo

En los Jardines de Bardolín, en una casa ubicada en la vereda principal, como había sucedido incontables de veces, durante más de cuarenta años; una mujer, una dama, lloraba a solas abrazada a un viejo libro de Gustavo Adolfo Bécquer.






                                                                                                                     
                                                                                                                 
                                                                                              Lee Aquí el Capítulo 9   
  




lunes, 9 de junio de 2014

Capítulos






Primera parte
La muñeca Adelaida



Segunda Parte
Coronada con Cayenas



Tercera Parte
El Nacimiento de Venus
 

 
 Cuarta parte
Dos Cerezas para Santiago


Próximamente
Capítulo 35






Ebooks de Los Jardines de Bardolín



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Primera Parte
La Muñeca Adelaida 




Segunda Parte
Coronada con Cayenas




Tercera Parte
El Nacimiento de Venus




  El Libro de Maira
Fragmento



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